Hola Juan,
Ya ha pasado un mes desde mi última carta y tengo que decirte que octubre no ha estado nada mal aunque empezó como terminó septiembre… movidito.
Arrancamos el mes con un golpe en el coche chiquitín. Acababa de llegar a Madrid y estaba parada en el semáforo que hay justo antes del intercambiado de Moncloa, más concretamente en el segundo carril el cual tiene una flecha en el suelo que obliga a ir recto. Cuando el semáforo se puso en verde, de repente sentí como el camión que tenía a mi izquierda giraba hacia mí… y ¡pum! Golpe en el lateral izquierdo al mismo tiempo que escuchaba la voz de Tati que estaba sentada mirando por la ventana:
– Mami, este camino nos va a dar.
El conductor bajó acelerado y echándome la culpa a mi. Me dijo que me fuera y que como mucho que hiciera una foto de la matricula, que como total no había nada que hacer…
No daba crédito a lo que estaba escuchando. Las señales eran claras y no había dudas de que era culpable. No entendía cómo se podía tener tanto morro. Y encima vino un compañero suyo para presionarme más a que me fuera. Por suerte, mantuve la calma y rellenamos el parte amistoso, faltaban datos, pero conseguí que al menos pusiera lo ocurrido, su nombre y teléfono.
De ahí nos fuimos a un acto en la sede de la Academia de Ciencias exactas en el que explicaron, intentando que fuera entendible para público de todas las edades, el porque no era posible eque existieran seres arbitrariamente grandes. El ponente tenía esa habilidad que me encanta tanto de tí de poder explicar cosas complejas a personas con poco conocimiento técnico y que tanto estimula el conocimiento y la curiosidad. A Juan le encantó, el resto, como viste, cuando llegó el momento de las fórmulas, nos perdimos.
Estuvimos paseando por Madrid, por la Gran Vía. Pasamos por la Casa del Libro, en la que tantas horas hemos pasado entre libros, y de la que siempre salías con alguno que otro ejemplar para la librería del salón.
Cuando estábamos llegando al coche tuve un encuentro muy especial. Caminando se acercaba un mendigo que estaba pidiendo. Andaba con torpeza, desarreglado y cuando se acercó olía a alcohol. Miré y casualmente llevaba algo de dinero suelto, así que cogí unas monedas, le mire a los ojos, le dí las monedas y le desee un buen día.
Di dos pasos, y entonces sentí como volvía hacía mí. Mi primera reacción fue de intentar separarme porque se acerco muy rápidamente, pero me paré y decidí escuchar. Entonces muy educadamente y con un tono dulce y de agradecimiento me dijo:
– Hola, me llamo Alvaro. Muchas gracias, te deseo que pases un buen día.
Entonces se giró y siguió andando. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Empece a pensar en la cantidad de gente transparente que nos rodea y para los que un saludo, unas palabras amables… pueden ayudar mucho. Expliqué a los niños lo maravilloso que había sido ese momento y lo que habían provocado unas sencillas palabras en ese señor que en plena Gran Vía de Madrid, pasa como si estuviera en una calle vacía.
Por la tarde, Me senté con los trillis toda la tarde repasando inglés y podía escuchar tu voz diciéndoles lo que siempre repetías “Tatiana, yo empezaría recordando la base de inglés”. Y ¡qué razón tienes! De que sirve meternos a profundizar en algo cuando no hemos sentado bien las bases. Pero el día a día muchas veces nos hace centrarnos en lo urgente más que en lo importante.
Del garaje, después de la movida con la rata que te conté en mi carta anterior, estoy super orgullosa. Aún queda para salir en las revistas pero en linea con la operación “orden y limpieza” que empezamos esta primavera ¡está fenomenal! He montado las estanterías blancas que compraste con ayuda de la carraca (ya tengo nivel de experta) y he conseguido que no haya nada por el suelo. En la despensa he estado limpiando, pintando, he cambiado el interruptor y ya tengo el papel para las paredes. Se ve mucho más luminosa, va a estar todo más ordenado y va a quedar monísima. Igual que la entrada de casa, que la he decorado y ha quedado, como tu decías “muy tatianita” (y eso que me estoy controlando y no he forrado todo de cuadritos de Vichy).
Del jardín, va viento en popa. A la grama que estaba intentando hacerse con el césped, le he puesto freno. Voy quitando por zonas y voy poniendo semilla para que el césped vuelva a ser el protagonista. Como con la llegada del frío se va poniendo marrón, me ayuda bastante a la hora de quitarla. Alejandro, que sigue pegado a mi, me ayuda mucho y hacemos un buen equipo. Yo creo que para esta primavera lo vamos a tener precioso y lección aprendida. Esto no me vuelve a pasar.
Y como cierre del mes nos fuimos a Cádiz. No habíamos ido este verano porque tú estabas ya muy delicado. Y luego, cuando te fuiste, no podíamos. Se nos hacía bola. Ha sido nuestro lugar de vacaciones de los últimos años y para los niños su lugar de vacaciones, donde han pasado todos sus veranos, donde han aprendido a caminar, a nadar, a surfear…
Algo teníamos cada uno dentro que nos frenaba a ir. Así que lo retrasamos todo lo que pudimos y al final salimos el último viernes de octubre, después de la oficina, después del cole. Si, lo se… demasiado tarde, y demasiado paliza para mí. Pero ahí tenía a Juan en el asiento del copiloto recordándome:
– “mami, tú para las veces que necesites, que tú eres la única que estás conduciendo y necesitas descansar”
A mitad camino me di cuenta que se me habían olvidado las bicis, que siempre nos han acompañado para ir a la playa y movernos de un sitio a otro. Pero como no estabas ahí para recordármelo ahí se han quedado. Voy a nombrar responsable de bicis para que siempre haya uno que nos lo recuerde.
Paramos después de vencer la salida de Madrid y tras pasar dos atascos producidos por dos accidentes. Por supuesto, y siguiendo nuestra tradición, la parada fue en un sitio “cutre, cutre”, de los que entras y huele a fritanga. Como nos hemos reído, porque, por supuesto, a los pocos kilómetros estaba la parada ideal, como siempre.
Por lo demás la carretera estaba bien. Los niños iban viendo una peli. Juan con el móvil. Y en el último tramo de viaje, fueron cayendo. Entonces sentí el silencio que te acompaña cuando conduces por la noche…. Y ahí estabas tú. Sentí que estabas sentado a mi lado, dormido (como ocurría cuando conducíamos a estas horas). No quise ni mirar durante unos segundos para disfrutarlo y una maravillosa sensación de paz y plenitud me invadió y sonreí. Entonces miré, y en la misma posición que solías estar tú, estaba Juan, y la ternura me invadió.
Mientras conducía me acompañaba la noche, las luces de los coches, y por supuesto la luna. Y, como si me hubiera teletransportado en el tiempo, me invadió el mismo sentimiento que sentí el primer viaje que hicimos juntos en coche, una sensación de felicidad máxima, de serenidad, de saber que estas haciendo lo que quieres y justo en el sitio que quieres. Yo había ido a Zaragoza desde Bruselas para ir a la boda de una amiga y tú viniste a buscarme desde Madrid para pasar el finde juntos. Era diciembre, era de noche, una noche muy parecida a esta. El silencio de la noche nos acompañaba y también la luna. Ese día la luna era una preciosa luna llena. Recuerdo que paramos a verla en la primera salida que encontramos. Y allí entre unos camiones, nos quedamos viendo la luna. A veces no acertábamos en el lugar más adecuado, pero siempre en el momento. Y esa luna, ese instante era el momento.
Y así hice los últimos kilómetros del viaje, contigo. Recordando cómo dormías a mi lado, como me tocabas la pierna, como mirabas la luna y sintiendo una gran sensación de plenitud, de paz, de serenidad y agradecimiento por haber disfrutado de tantos kilómetros en coche a tu lado. De norte a sur y de este a oeste.
¡Vamos a por noviembre!
Un besazo enorme y muchas gracias por tu ayuda desde el cielo. Aunque te echo mucho de menos, te siento todos los días y eso me llena de serenidad.
Te quiero infinito
Hermosa entrada toda ella, rebosante de ternura …
He llegado tu blog por casualidad y me ha encantado leerte.
Un saludo
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Querida Úrsula, muchas gracias por tu mensaje y por seguirme. Me alegro que te haya gustado mi blog y que encuentres cosas útiles para disfrutar de las maravillosas cosas que nos ofrece el día a día.
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¡Gracias, Tatiana!
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