Hemos pasado semanas, meses en casa, evitando el contacto con los demás de forma solidaria para poder frenar la expansión del coronavirus y creíamos que lo habíamos conseguido, sin embargo, en las últimas semanas los rebrotes en distintos puntos de España han ido creciendo.

Durante semanas vivimos con una única noticia en la televisión y en los periódicos: el número de casos y número de fallecidos por coronavirus. Sabíamos cuantos había cada día, como estaba la curva, que ciudades estaban más afectadas y poco a poco fuimos conociendo personas cercanas que lo padecían: algunos asintomáticos, otros con pocos síntomas, otros que lo pasaron muy muy mal, y desgraciadamente otros fallecieron.

No estábamos preparados para algo así, nunca habíamos sufrido una pandemia y de la noche a la mañana nuestras vidas sufrieron cambios radicales. Sin embargo, lejos de venirnos abajo supimos adaptarnos y sacar lo mejor de la situación: al principio aprovechamos para hacer cosas que teníamos pendiente por falta de tiempo, organizamos armarios, ordenamos habitaciones, jugamos a juegos que teníamos en los armarios desde Navidad, aprendimos a hacer pan, a cocinar nuevas recetas,… Las clases se adaptaron para ofrecerla online, las empresas aceleraron la implantación del teletrabajo, los teatros, óperas, museos ofrecieron la posibilidad de acercarnos el arte a través de sus webs…

Estábamos felices porque la curva se estabilizaba, estábamos ganando la batalla. Las restricciones fueron desapareciendo, los comercios volvieron a abrir escalonadamente y las ciudades empezaron a recuperar su actividad con protocolos que detallaban las medidas que había que tener en cuenta para seguir conteniendo la expansión del virus.

Sin embargo mientras muchos sabíamos y teníamos muy presente que el coronavirus seguía ahí, que no existía aún una vacuna que nos protegiera y había que ser prudentes, otros interpretaron que ya todo había pasado, que no pasaba nada, que la mascarilla se podía llevar o no y que había que volver a vivir la vida como antes sin cortarse en salidas, reuniones, celebraciones… con la confianza adicional generalizada de que desaparecería en verano por el calor y las altas temperaturas como pasa con la gripe.

Sin embargo sigue ahí… el número de casos positivos aumenta y la preocupación por la propagación del coronavirus aumenta día a día. Y aunque gracias a Dios el número de fallecidos no es alto, tampoco es nulo y para mi cada muerte cuenta porque detrás de la cifra hay personas: una madre, un padre, un novio, un primo, un compañero…

Se empieza a hablar de si estamos ante la segunda ola en España y se me pone la carne de gallina. No puedo dejar de pensar en todo lo que nos ha costado la ola anterior, todas las empresas que han tenido que cerrar, esos pequeños negocios que tanto han sufrido y además estamos en verano, casi en agosto, mes tradicionalmente de vacaciones en el país, con el turismo como pieza clave de nuestra economía.

Estoy segura que la preocupación es generalizada, que no volveremos a vivir lo que hemos vivido y ya se van a activando estrategias para evitar que las comunidades se paren y que incluyen el uso obligatorio de mascarillas. Pero necesitamos estar todos igual de comprometidos que lo estuvimos en marzo, abril… porque juntos lo volveremos a conseguir.

Hoy, después de comer me vino a la cabeza la frase “Vida sólo hay una, disfrútala”, cuantas veces habré pensado en ella pero ahora no podía evitar matizarla ya que la vida no es eterna para nadie y después de lo que hemos vivido no es necesario que se acorte antes de tiempo. Así que disfrútala ¡por supuesto! Pero asegúrate que haces todo lo posible para que tanto tú, como tu familia y amigos, puedan disfrutar también durante mucho tiempo del maravilloso regalo de la vida.

¡Cuidaos mucho y manteneos sanos!