Los problemas, las preocupaciones, los cambios de planes, la presión en el trabajo, las fechas para cumplir un objetivo… todo esto forma parte de la vida cotidiana. Sin embargo, en muchas ocasiones ocupan más de lo que deberían no dejándonos disfrutar de tantas otras miles de cosas buenas que nos rodean también. Es nuestra responsabilidad el dar a cada uno el hueco adecuado en nuestras vidas, encontrar un equilibrio y poder seguir disfrutando de nuestros amigos y familia. No es fácil pero… hay que intentarlo. Os dejo hoy este cuento a modo de ejemplo que espero que os guste.
Había una vez un hombre que tenía una vieja granja en el campo y decidió que tenía que repararla pues después de los años había varias cosas que necesitaban ser arregladas.
Para ello contrató a un carpintero que iba todas las mañanas e iba arreglando las distintas cosas que necesitaba la granja.
Un día se acercó el dueño para verificar cómo iban todos los trabajos. Llegó temprano y comenzó a ayudar al carpintero, sin embargo, ese día, parecía que las cosas no iban bien: Su cortadora eléctrica se había quedado sin batería haciéndole perder dos horas de su tiempo. Más tarde un corte en el suministro eléctrico le había hecho perder una hora más. A última hora de la tarde se le acabó el pegamento y no pudo finalizar las tareas que tenía programadas para ese día. Y por si fuera poco cuando se disponía a volver a casa, su camión no arrancaba. Ante esta situación el dueño de la granja se ofreció a llevarlo.
Mientras lo llevaba a su casa, permaneció en silencio durante todo el camino. Parecía triste y cansado después de un día tan malo.
Cuando llegaron, le invitó a conocer a su familia. Mientras se dirigían a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol y tocó las puntas de las ramas con ambas manos. Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso entusiasta a su esposa.
Cuando se estaban despidiendo le acompañó hasta el coche. Cuando pasaron cerca del árbol, el dueño de la casa le preguntó acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes y le contesto:
“Este es mi árbol de problemas. Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa, y en la mañana los recojo otra vez.
Lo divertido —dijo sonriendo— es que cuando salgo a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior”.