Augusto, era un señor muy mayor con barba larga y blanca, gafas minúsculas delante de los ojos, y una sonrisa constante que dulcificaba su rostro y su mirada, era un gran sabio que nunca presumía de saber todo lo que realmente sabía, y eso le mantenía algo apartado de la sociedad.
Vivía solo desde hacía mucho tiempo. La casa era una especie de museo de la vida. Todo estaba perfectamente clasificado, datado y guardado en vitrinas de cristal. La humildad reinaba su perfecta casa.
Un buen día alguien llamó a la puerta: – “¡Toc, toc, toc!”.
Augusto muy cansado, se levantó del sillón y con paso lento fue a abrir la puerta. Cuando abrió vio a un niño muy bajito que le miraba con los ojos muy abiertos, el niño de repente le preguntó:
– “Señor, ¿es verdad que usted lo sabe todo y que me puede ayudar con los problemas de matemáticas?”.
Augusto le dijo: – “¡Claro que te puedo ayudar!, pero no lo se todo, sólo lo que te hace falta”.
El niño muy contento entró y le explicó el motivo de su visita, le habían puesto un problema imposible de solucionar:
– “Si una niña sonríe en Guadalajara al mismo tiempo que un padre se siente triste en Cartagena, ¿qué sentimiento experimentan en común?”.
El sabio se quedó perplejo, sobre todo con el niño mirándole expectante a que le diese la respuesta inmediata. Augusto no sabía la respuesta, y le contestó al niño:
– “¿Te digo la verdad?, ¡no lo sé!”.
El niño con cara de desilusión ya estaba recogiendo sus bártulos para ir a preguntarle a otro sabio, y Augusto al verlo así pensó que no estaba siendo justo, por lo menos lo pensaría junto con él, así que le dijo:
– “¡Espera!, no te vayas. ¿Porqué no lo solucionamos juntos?. A veces los problemas se ven mejor al compartirlos. Sentémonos a pensar”.
Se pusieron manos a la obra, cada uno exponía su hipótesis inicial, que luego descartaban hasta que aparecía otra mejor. Así estuvieron durante tres horas, hasta que el niño se quedó dormido sobre la mesa. Augusto tuvo tal sensación de ternura, que aunque también estaba cansado, quiso resolver el problema para hacer sentir al niño feliz.
En ese momento se dio cuenta de la solución:
– “Los sentimientos son los mismos en cualquier lugar del planeta, ¿cuáles se comparten aunque no se conozca a la otra persona?, la solidaridad y la empatía. ¡Esta es la solución!”.
Cuando el niño despertó, tenía en su mano un papel con la solución escrita y una nota del sabio que decía:
– “Ayudándote me he dado cuenta de que aún tengo que aprender mucho de la vida, gracias por abrirme los ojos y enseñarme una lección más. Cierra la puerta con cuidado al salir, necesito descansar”.
El niño se fue muy contento por poder llevar a clase la solución de ese problema tan difícil, y el sabio cuando despertó empezó a estudiar sobre los sentimientos, a ver si así podía terminar diciendo que sí lo sabía todo.