Todos los días nacen niños y su llegada siempre trae mucha alegría a las familias. Padres, abuelos, hermanos, primos… todos esperan con ilusión la gran noticia del nacimiento. Sin embargo hasta que se le ve la carita, hasta que te avisan que todo está bien o te reenvían la foto por whatsApp  y ves que todo está bien, se pasan unas horas de lo más intensas.

Cada parto es un mundo, porque cada mujer es un mundo, cada pareja es un mundo, cada enfermera que te atiende es un mundo, cada anestesista es un mundo, cada matrona es un mundo, cada bebe es un mundo… y todo esto hace que sea imposible predecir que es lo que va a pasar las horas antes a un parto.

Yo tuve dos partos y cada uno de ellos bien distintos, si bien en ambos casos el final no pudo ser mejor: los niños nacieron y estaban sanos.

En el caso del mayor, todo el embarazo fue de maravilla y como en las últimas semanas no había ganado peso decidieron programarme el parto. Tranquilamente fuimos al hospital a la hora indicada con todo lo que la matrona había sugerido que era el kit imprescindible para dar a luz y que tenía cosas tan curiosas como una barra de cacao y un abanico (nunca los usé así que no se si ponerlos como imprescindibles). El ambiente de matrona, enfermeras y médicos era de los más divertido. Recuerdo que hablaban de las películas que habían visto en el cine en las últimas semanas. Me pusieron la oxitocina y las contracciones fueron apareciendo. Con cada contracción los números de una máquina subían y así iban pasando los minutos hasta que todo el mundo se empezó a poner nervioso. En un visto y no visto ya me habían puesto la epidural. Parece que con cada contracción al chiquitín le bajaban las pulsaciones. Por suerte salió pronto y allí se dieron cuenta de lo que pasaba: estaba sujetando con la mano el cordón. No puedo más que agradecer la profesionalidad  con la que manejaron la situación, trasmitiéndome siempre tranquilidad.

En el caso de los trillizos, el parto fue por cesárea en la semana 36. Era tal el tamaño de los niños y de todo lo demás que había con ellos que yo ya estaba deseando que nacieran. Una especie de miedo a que algo sucediera y yo estuviera conectada por sangre a los niños, me hacía que, desde hacía días necesitase que el embarazo acabase y al mismo tiempo, una gran alegría e ilusión por ver a los niños.

Desgraciadamente me tocó el equipo de sosos del día. Trabajaron muy bien, grandes profesionales, salió todo fenomenal pero ni una palabra de ánimo. Una enfermera que me vio llorar me preguntó si podía ayudarme y le pedí que me contara una película… y me contó la de «la vida es bella». Yo no daba crédito a lo que estaba pasando. A  los nervios de estar en quirófano se añadió el frió que hacía por lo que no paré de temblar y llorar. El primero en salir fue la niña (y se la llevaron sin que la viera) y a los pocos minutos me enseñaban a los otros dos. Al verlos se me pasó todo.

Que importante es cuidar a las personas en momentos tan tan delicados como el nacimiento de un hijo. Porque para cada uno ese día es uno de los días más importantes e intensos de su vida, es irrepetible y además inolvidable.

Hoy ha nacido mi sobrinito Javier y aunque sus papis han tenido que pasar intensas horas de espera, ya están los tres juntos. Ahora les queda por delante la maravillosa tarea de amar, entender, cuidar y educar a ese bebe que se irá haciendo niño, con ayuda de algunas herramientas que se nos dan cuando nos convertimos en padres: mucha paciencia y generosidad.

Toda la suerte y cariño del mundo