Hola Juan,

Hoy hace justo un año que te fuiste y desde hace meses tuve claro que hoy quería estar tranquila con los niños, los cinco juntos, como ese día, como hace un año, cuando después de casi un año de tratamientos, médicos… pudiste descansar.

No sabia donde pero sabía con quien: con ellos. Los niños llevaban semanas diciéndome que querían ir a la playa. Yo tenía mis dudas sobre si les apetecería volver a Cádiz, a nuestro sitio de veraneo, pero cuando pregunté, para mi sorpresa ¡¡estaban todos deseando volver!! Volver a ir en bici a la playa, volver a surfear, volver a jugar con las olas, volver a ver los sitios donde siempre hemos estado, volver al super donde Ale encontró un paquete de garbanzos con un bicho dentro… Y nada más llegar sentí que era justo donde teníamos que estar, haciendo lo de siempre. Y aquí estamos. Saboreando cada instante y compartiendo otro verano más en familia: disfrutando de la playa, de las clases de surf y viendo cada tarde un nuevo atardecer, ese mismo atardecer que tantas veces vimos juntos donde el sol se oculta tras el mar. 

Hoy hace justo un año y ¡cómo ha cambiado todo! A lo largo del día a día han ido apareciendo nuevas rutinas, nuevas formas de hacer las cosas, nuevas experiencias… La vida nos ha cambiado. Nos ha enseñado a ser conscientes de que un día estamos aquí pero que no tiene porque ser para siempre. Y eso hace que ahora, sin hablarlo, demos más valor a que nos tenemos los unos a los otros. Y es que, aunque parezca que nada a cambiado, nuestra percepción es completamente distinta porque nosotros también hemos cambiado.

Los niños ya tienen un año más y se les nota. Son mucho más mayores, responsables y están al mismo tiempo más alocados. Han ido soltando la tensión del último año y adaptándose al nuevo ritmo, al nuevo curso… La vida cambia y más a sus edades. Se lo intento explicar siempre que surge alguna ocasión para que sean capaces de adaptarse a los cambios, que sean flexibles. Porque nada permanece igual, aunque por alguna extraña razón, en estas circunstancias nos aferramos a no sea así porque la rutina nos dan seguridad. Así que aprovecho cada oportunidad que tengo para recordárselo. La última vez aproveché que habían cambiado la forma de sus galletas favoritas. Les dije: ¡veis! Hasta vuestras galletas favoritas acaban cambiando: cambia el tamaño, el dibujo que lleva grabado, la caja el envoltorio…

Y por supuesto, yo también he cambiado. No soy muy distinta por fuera, pero los dos últimos años han sido un master intensivo sobre la vida y me ha enseñado que, como dice un amigo, “la vida es esto”. Y por lo tanto las cosas las hago pensando de otra forma y con otro objetivo. Ya no necesito que salgan las cosas bien sino simplemente quiero aprovechar el tiempo que tengo delante pensando en el ejemplo y en el legado que puedo dejar en ellos. Ayer Juan vino, me dió un abrazo y me dio las gracias simplemente por hacer que las cosas fueran fáciles. Sus palabras fueron todo un regalo, me hicieron sentir que tras este largo año de muchas toneladas de amor y paciencia… algo va quedando, que vamos cambiando en positivo, que lo más duro nos ha transformando pero para ser mejores. Porque sé que da igual lo que les diga, realmente lo que sirve es lo que me vean hacer, como reacciono, como gestiono las situaciones más difíciles, como respondo antes sus problemas, sus inquietudes… y en ello sigo y seguiré porque aún queda camino por recorrer.

Y entre una cosa y otra ¡he publicado un libro! Quién me lo iba a decir a mi, con todas las veces que nos pusimos a buscar en el diccionario palabras que decía para ver si existían o me las había inventado. Tú con tu precisión siempre dudabas de una “maña” y yo siempre me reía. Nunca fui muy precisa y por lo tanto nunca pensé en escribir. Pero esta vez daba igual porque tenía una historia que contar y ahí esta. 

Ha sido un año de transición, un año en el que me he tenido que acostumbrar a hacer las cosas sin tenerte al lado, donde he tenido que reflexionar, tomar conciencia de muchas cosas, tomar decisiones (más de las que me hubieran gustado), donde he aprendido a pasar de apoyarme en tí a tener nuevos apoyos. Algunos me llevan acompañando desde los últimos meses del último año, y son los que entendían lo que sentía, los que entendían lo que había vivido, las decisiones que había tomado… y otros sin pedírselo están ahí. Tendiéndome la mano siempre, colándose en mi vida, escuchándome… Personas con las que puedo hablar con confianza, compartir mis dudas, mis inquietudes, mis incertidumbres, mis anhelos, mis proyectos… y con las que comparto la mochila. Y es que, este año más que nunca he sentido como cada uno de nosotros llevamos una mochila. Una mochila que tiene un poco de todo lo que hemos vivido: las alegrías, las penas… y que es la que muchas veces nos condiciona y hace que tomemos unas decisiones u otras. 

Y mientras hace unos meses intentaba buscar una dirección, un sentido, sin entender cual era el sentido, cual era mi propósito ahora, cual era mi misión, mi rumbo, ya que siempre habías sido tanto tú como el proyecto que teníamos en común. Poco a poco fui aprendiendo que da igual, que hay que seguir hacia adelante sin importar hacia dónde, normalizando la incertidumbre ya que realmente nunca sabemos hacia donde vamos. Hay que dejarse llevar, confiar, tener fe y el camino se irá haciendo. De hecho a lo largo de este ultimo año ya he dado varios pasos, he puesto las primeras piedras de un camino, que seguramente no será como el que planeamos, pero que seguro, como siempre, me sorprenderá. 

A lo largo de estos doce meses me ayudó mucho escribirte cartas ya que, de alguna forma, me ayudaba a acostumbrarme gradualmente y dulcemente a estar sin ti. Necesitaba seguir contándote nuestro día a día para poder ir adaptándome de forma gradual a mi nueva vida. Pero a lo largo de las últimas semanas he empezado a sentir que ya estoy preparada, que ha llegado el momento de volar sola, de dejar de apoyarme en ti, de tomar mis decisiones sin miedo a equivocarme y seguir con todo lo que planeamos hacer, viajando a todos los sitios donde fuimos y alguno más, enfocándome en que los niños sean mejor personas, asegurándome que lo que hemos vivido y lo que vivamos lo incorporan en su vida de la forma más positiva y enriquecedora posible sabiendo que son unos afortunados por haber tenido un padre maravilloso.

Así que esta será, por ahora, mi última carta. Te gustaba pensar que te ibas de viaje y, como nos prometimos, nos volveremos a ver dentro de muchos años, cuando yo también emprenda mi viaje. Y entonces, nos contaremos todo lo que hemos hecho. Y mientras sé que desde el cielo me cuidas y… quien sabe, quizás te vuelva a escribir otro día, o quizás alguna noche que no consiga dormir. Quizás una de esas noches mágicas de luna llena me asome a la ventana, y como hacía cuando vivía en Bruselas, mire al cielo y te haga un resumen de las cosas más importantes que nos hayan pasado, ya se verá.

Eres y serás de las personas más importantes de mi vida. Juntos formamos esta preciosa familia que me acompaña, y siempre me acompañará todo lo que vivimos juntos, el amor que nos tuvimos, lo que compartimos y todo lo que sentimos ¡todo un regalazo! ¡No se puede tener más suerte!

Te quiero infinito

Tatiana (tu princesita)