¡Ya está aquí mi resumen de 2023!
Como todos los años, termino haciendo cambios hasta el último minuto. Así que a falta de tan sólo unas horas para despedir el año, aquí tenéis un resumen de estos últimos doce meses. Un año muy importante y de inflexión en mi vida marcado por un gran proceso de reflexión, aceptación y adaptación a esta nueva situación familiar que me ha tocado vivir y en que día a día voy creando y encontrando ese nuevo equilibro, en esta nueva etapa de mi vida.
Os puedo prometer que mi intención cuando me senté, como la de todos los años, era hacer un breve repaso del año. Pero, al igual que los que me conocéis sabéis lo mucho que hablo, en cuanto empecé a anotar las primeras pinceladas de lo que había vivido este año, me di cuenta que era imposible. Así que mi recomendación es que lo leas cuando tengas un ratito, te prepares una taza de té, un cafecito… y te sientes tranquilamente.
(Mil disculpas por las erratas que se me hayan podido colar).
Los niños y yo despedimos el 2022 y dimos la bienvenida a 2023 con unos amigos muy especiales, con los que no solo hemos compartido muchos momentos maravillosos sino con los que también compartí los momentos más duros. Y es que a lo largo de nuestro último año juntos fueron mi pilar. Hasta agosto vivieron el día a día a mi lado: cada noticia, cada momento de incertidumbre, cada avance de la enfermedad… sin dudarlo, a pesar de las duras circunstancias que estamos viviendo. Ofreciéndome el espacio y el tiempo para poder desahogarme, hablar, reflexionar… Un día, cuando Juan ya estaba muy malito, se acercó a Gema para darle una abrazo. Ya no quería que nadie le viera y salía siempre con un gorro para tapar los efectos de la radio. Pero ese día quiso salir del coche para decirle que le daba mucha tranquilidad que estuvieran a mi lado y darle las gracias no solo por lo que estaban haciendo… sino por todo lo que iban a hacer. Así que fue un regalo compartir las primeras horas del nuevo año con las personas que mejor sabían lo que habíamos vivido, lo que estabamos viviendo y el reto que tenía por delante.
Y así arrancó enero, un mes que nos sentó de maravilla y que fue de lo más divertido: los trillis salieron en la cabalgata de Reyes, yo iba terminando las gestiones necesarias para poder estar en paz con Hacienda y el deporte tomó el protagonismo del día a día: Los niños retomaron las clases de baloncesto y de voley, y para “San Valero” nos fuimos a esquiar con mi hermana y su familia. Nos hizo un tiempazo increible, había bastante nieve y disfrutamos de lo lindo,. Así que el año empezaba bien. Tengo que reconocer, que a nivel emocional no era fácil, pero íbamos dando pequeños pasitos y avanzando en ese camino de encontrar una forma de hacer las cosas en la que todos estuviéramos cómodos. Y ademas poco a poco íbamos sumando nuevos momentos a nuestras vidas.
Entonces llegó febrero, que arrancó con el catorce cumpleaños de mi adolescente favorito. Su tío se lo llevó a ver un partido de baloncesto y ¡disfrutó como loco! Pero, aunque nos esforzábamos por disfrutar del día a día, a nivel emocional los días de “M” iban apareciendo en todos y en cada uno de nosotros. Días en los que estábamos enfadados, días en los que no nos apetecía levantarnos… Cada uno lo vivía de una forma distinta y mi objetivo no era tanto evitarlo, sino estar a su lado, compartirlo, hablarlo e ir proporcionándoles herramientas para poder gestionarlo de la mejor manera posible.
Sin embargo cuando parecía que iba teniendo algún tipo control, que íbamos dejando en el olvido la enfermedad, los hospitales, la perdida de Juan… llegó la noticia más inesperada: a mi padre le detectan múltiples metástasis de melanoma en distintas partes del cuerpo con un pronóstico nada bueno. Así que se vino para casa para intentar, desde Madrid, pararlo como fuera.
Por lo que marzo se vio marcado por la enfermedad de mi padre, las pruebas, las visitas al hospital… situaciones en las que volvía a revivir momentos que había querido ya aparcar: oncólogos, radioterapia, corticoides, resonancias… fueron semanas muy difíciles para las que nadie estabamos preparados y que una vez más me removieron y me desestabilizaron de arriba a abajo.
Sin embargo, a veces en la vida es curiosa, y como si hubiera sabido que lo íbamos a necesitar, meses antes había reservado un viaje, y para finales de mes nos fuimos a Bégica a ver a los tíos y primos de los niños. Fue un fin de semana largo, pero un viaje que nos permitió disfrutar y desconectar de todo y de todos. Y para final de mes, aprovechando la primera comunión de mi sobrina, hicimos una visita express a Zaragoza.
Y mientras en el día a día seguían los médicos intentando ganar la balada que le había plantado el cáncer, yo aprovechaba cada vez que los niños tenían fiesta para salir y desconectar, y así fue como, provechando la Semana Santa, en abril nos fuimos a Londres. Un viaje sin plan.. sólo unos billetes y un apartamento. Con el único objetivo de estar, de disfrutar de la ciudad, pasear por su calles, volver al Museo de Ciencas Naturales, a Harrods, entrar en Liverty, pasear por Regent Street, subir a la noria, ver la tele… lo que en cada momento nos apetecía… Tan solo organicé una visita: excursión a “Legolan” y resultó ¡Un planazo! No sólo por el sitio sino porque fue el único día de sol brillantes del viaje. Fueron días tranquilos, alejados de los médicos, en otra ciudad, con otro encanto. ¡Y fue maravilloso! A nivel emocional cada viaje era un regalo pero al mismo tiempo removía mucho. Era consciente, tenía que ser así, y lo iba gestionando como podía.
Entonces llegó mayo, un mes de mucha intensidad y revolución. Las emociones iban saltando en todas la direcciones: no era sólo el día de la madre (que también). Sino que un gran sentimiento de que algo no estaba funcionando me invadió. Sentía que algo no estaba funcionando, no conseguí encontrar el equilibrio en mi vida tal y como la tenía organizada, el equilibrio que conseguía antes con Juan no era capaz de encontrarlo yo con los niños y no entendía el porque. Sabía que sería más pesado, más dificil que tenía que aprender a caminar por el nuevo camino que me marcaba la vida… pero no encontraba ni los zapatos adecuados ni tenía clara la dirección.
Así que mientras seguía trabajando en mi interior, en entender lo que pasaba… mis responsabilidades me iban marcando el día a día: el colegio de los niños, la casa, el coche, el trabajo… y cada vez era peor. Mi cuerpo me pedía parar pero mi cabeza estaba inmersa en todos los “debes” y “tienes”… que había en mi vida.
Y si mayo fue intenso junio fue ya la gota que colmó el vaso.. y desbordé. A mi vida había que sumar el fin de curso, el final de las competiciones deportivas, la graduación de los trillis, el verano, la organización de los campamentos, la revisión del coche,…
Y aunque me había propuesto también sacar tiempo para mí, desconectar, cuidarme, estar mas tiempo con los niños, seguir trabajando en ese equilibrio soñado… me costaba bajar el ritmo. Empecé a hacer elíptica, nadar, meditar, rezar, conectar con el momento que estaba viviendo… pero cuanto más tiempo dedicaba a pensar, a reflexionar, a cuidarme… sentía que aún necesitaba más tiempo para profundizar en lo que había vivido, lo que estaba viviendo y como gestionarlo.
Así llegó Julio, mi mes. Los niños y yo nos fuimos el mes entero fuera. Y mientras los niños estaban de campamentos yo dedicaba ese tiempo a tomar conciencia de la situación, en entender lo que estaba viviendo y tomar la decisión de que hacer con mi vida. No puedo compartir con palabras lo que fue ese mes para mí, lo que significó, lo que sentí. Sólo puedo decir que fue un mes regalo y fue fundamental para poder continuar, o mejor dicho, reorientar mi vida.
Un mes en el que haciendo balance de los seis primeros meses del año, me di cuenta que había intentado crear una nueva rutina manteniendo mucho de antes y añadiendo cosas nuevas, a la vez que intentaba entender y estar al día de todas las gestiones. Pero no podía ser. Tenía que hacer las cosas de forma distinta a como lo estaba haciendo porque no era sostenible, ni saludable.
Así llegué a agosto con la paz, la serenidad y la tranquilidad de haber entendido lo que estaba pasando. Dejé de intentar llegar a todo. Deje de intentar contestar todos los mensajes, todas las llamadas. Y empecé una nueva etapa en la que sabía que todo estaba por escribir, igual que ya me había pasado en otras tantas etapas de mi vida (por ejemplo cuando me casé) y con la ilusión de tener delante una vida con cuatro maravilloso niños.
Era consciente de que había cambiado. Aunque aparentemente era la misma por fuera, pensaba de otra forma, tenía otros propósitos y tenía otras prioridades entre las que estaban a la cabeza los niños y yo. Ya no necesitaba que salieran las cosas bien sino simplemente quería aprovechar el tiempo como el regalo que era, siendo consciente que no puedo ni siquiera asegurar si el futuro que vaya a planear existirá. Tenía que trazar un nuevo plan de vida, en una vida que no había elegido pero que me había tocado vivir y tenía la responsabilidad de seguir adelante y hacer que los niños transitaran de la mejor forma posible.
Y en ese momento, con una dirección mucho más clara, llegó ¡¡la publicación de mi primer libro!!! Hacía justo un año estamos despidiéndonos, y delante de mí tenía el libro en el que compartía la historia de cómo vivimos ese último año juntos. No os podéis imaginar como me sentí al recibirlo. ¡¡Fue increíble!! Cuando me llamaron para decirme que llegaban me puse super nerviosa, como una niña en la noche de Reyes. El corazón me iba a mil. Nada más verlo empecé a leerlo, empecé a revivir todos y cada uno de los intensos momentos que vivimos: el primer día que nos conocimos, el día que supimos que estaba embarazada de trillizos, cuando le detectaron los tumores… Y me volví a emocionar, igual que lo hice cuando lo viví, igual que lo hice cuando lo escribí… Ese, sin lugar a dudas, es y será uno de los días más importantes de mi vida porque tenia entre mis manos el resumen de todo lo que habíamos vivido: tanto cómo habíamos construido nuestra vida juntos cómo la forma en la que vivimos la llegada del cáncer a nuestras vidas como el proceso de aceptación y despedida. Y tenia la intuición y la certeza, que compartirlo, iba a ser de ayuda para mucha gente.
Tras revisar los ejemplares que nos habían llegado, volvimos a la playa como todos los años. Los niños lo estaban deseando y allá que nos fuimos. Fue increíble volver a nuestro sitio de vacaciones, volver a reencontrarnos con la gente, tocar la arena, volver a surfear… había sido y era nuestro pequeño paraíso. Fue un regalo poder pasar unos días allí conectando con ese sentimiento de tranquilidad y vacaciones que proporciona la playa y volver ver y a abrazar nuestros amigos.
Y cuando me quise dar cuenta, ya estaba en el último trimestre del año. Un trimestre en el que el foco fue construir ese camino, encontrar ese equilibrio, esa rutina: cuidarme, desconectar, tomar conciencia, crear rincones de descanso y relax en casa, fomentar el libro, su difusión a través de la redes, entrevistas,…. Y es que cada libro que firmo me regala una experiencia, me hace sentir que lo que vivimos esta siendo de ayuda para otras personas que transitan por situaciones similares, personas que pierdan a un ser querido. Personas que tienen cerca un familiar con cáncer… por desgracia lo que vivimos no es tan anormal, la única diferencia es que yo, por una serie de circunstancias que se dieron, tuve la oportunidad de escribirlo y compartirlo.
Y así se fue acercando a la Navidad. Una Navidad que llegaba de forma mucho más dulce que las navidades pasadas. Sabía que no quería compartir mucho pero al mismo tiempo para mi las Navidades son un momento super especial: un momento religioso, espiritual, festivo… en el que durante más de veinte años había estado Juan y ahora quería revivir esa ilusión pero con nuevas rutinas, y nuevas costumbres creadas con nosotros cinco. Monté el árbol con muchísima ilusión y sentía que la alegría y la ilusión por la Navidad volvía a casa. Y aunque papá nos dio un buen susto y este año en Navidades nos hemos quedado en casa, eso también ha terminado siendo un regalo porque, al igual que tu hogar es donde estas tú, la Navidad es donde estés tú, porque es algo que está dentro de tí, en tu corazón.
Así que una vez hecho el resumen del año, tengo que admitir que 2023 ha sido un año increíble dónde he recibido cariño y apoyo como nunca antes había recibido. El año de mi gran reflexión. El que me ha permitido reorganizar y poner cada cosa en su lugar. El que me ha permitido hacer un balance de mi vida, de principio a fin, de mi vida junto a Juan (desde que nos conocimos hasta el día de hoy). También me ha permitido ser consciente de que la vida es el conjunto de todas las decisiones que tomamos, unas por acción y otras por omisión. Pero que constantemente estamos decidiendo cómo vivir la vida y muchas veces por miedo no lo hacemos. Victor Hugo decía que el problema no es que vayamos a morir sino que no sabemos vivir, y creo que tiene mucha razón.
Estoy contenta por como ha transcurrido este año, y aunque queda mucho por andar, ahora mismo mi sentimiento cada vez que me despierto y veo un nuevo amanecer es ¡qué suerte tengo!
Un millón de gracias a todos por vuestra apoyo incondicional y vuestro cariño, cada uno a vuestro estilo, a vuestra forma. Unos desde la cercanía otros desde la distancia… unos me habéis escuchado con eterna paciencia, otros me habéis mandado mensajes de cariño, otros me habéis cogido de la mano, otros me habéis empujado a tomar decisiones, con otros hemos compartido un vino, una peli… porque de alguna forma todos me habéis ayudado y el balance final no podía ser mejor.
¡Os deseo un muy feliz 2024!
