Y parece que fue ayer…

Había pasado la noche en el hospital y estaba agotada. Llevaba ya unas semanas que me costaba dormir porque la presión que hacían los niños sobre los pulmones era cada día mayor y al echarme me costana respirar: eran tres y eran grandes.

Me llevaron a quirófano a las nueve de la mañana para hacer la cesárea. El quirófano estaba lleno de gente y hacía frío. Recuerdo entrar con el corazón a mil, era una bomba de emociones: estaba nerviosa por la cirugía ( nunca había entrado en quirófano), ilusionada por verles (tras ocho meses de un embarazo muy intenso y exigente), preocupada porque estuvieran bien…

Me pusieron boca arriba (una posición en la que me costaba respirar) y con los brazos en cruz. En un brazo una vía, en el otro el aparato de la tensión… y en esa posición, en ese quirófano helador mi cuerpo empezó a enfriarse, empecé a temblar y rompí a llorar. Estaba sola en una habitación llena de desconocidos y la única forma que encontré para relajarme fue llorar.

Por suerte todo pasó rápido y en unos minutos salieron los tres: primero Tati, que era la que estaba más abajo, y luego los chicos. Todos estaban bien. Fueron salieron uno detrás de otro y a los pocos segundos iba escuchando sus llantos, unos llantos que llenaban la habitación e iban calmando mi corazón.

A partir de esa día empezó la gran aventura de mi vida. Una aventura apasionante en la que tuve que ir adaptándome a los ritmos que iban marcando los niños. Siempre intenso y siempre emocionante. A lo lago de esos primeros años aprendí a sacar lo mejor de cada día, de cada instante, por intenso y caótico que se hubiera dado. Todo un máster, casi me atrevo a decir de los más intensos que conozco.

Al principio el reto era conseguir una rutina de sueño, luego llegó el reto de las comidas, empezar a andar, las vacaciones, la guardería, los colegios… y todo eso manteniendo una estabilidad y un equilibrio familiar, de pareja y como persona. Haciendo fácil lo difícil, simplificando el día a día y enfocándome en lo verdaderamente importante en cada momento.

A lo largo de los años fui sintiendo y comprobando en primera persona, cómo la experiencia vital de ser madre me permitió sentir y conocer dónde estaban mis límites, porque la vida me los iba poniendo delante. Y desde ese punto, en el que muchos días sentía que era imposible avanzar, fui capaz de buscar otra forma de hacer las cosas y desarrollar habilidades nuevas.

Ahora, tengo que reconocer que tal día como hoy hace doce años, fue uno de los días más importante de mi vida, porque mi vida cambió y me fue esculpiendo y enseñando a ser mucho mejor persona, mucho mejor mujer y mucho mejor madre. No me puedo imaginar como hubiera sido mi vida sin ellos, pero se como ha sido mi vida con ellos y ha sido maravillosa.

Cuando me preguntan por ellos, siempre digo que son como los sobrinos del tío Gilito: son divertidos, graciosos, no paran, tienen una inocencia, curiosidad y alegría que te atrapa y te vuelve loca a partes iguales. Y tener la suerte de estar a su lado es un regalo.

Ahora irán entrando en la adolescencia, y estoy segura que no nos dejarán indiferentes a nadie. Quizás un día me los coma a besos y otros tenga que esconderme hasta que pase el huracán… porque así son ellos, así es la adolescencia y esta es la maravillosa aventura de ser madre

Un beso a todos y muy feliz día