Un año más, me encuentro escribiendo el resumen del año que acabamos de terminar.
Durante 2010 ha habido tantos sentimientos, emociones, ilusiones y vivencias… que ha sido difícil sintetizar no sólo los detalles sino la intensidad con la que se han vivido. Además, por falta de tiempo, me ha sido imposible terminarlo y enviarlo a tiempo y tan sólo llego para felicitaros a todos el Año Nuevo, así que, sin más demora, ahí va mi resumen del 2010 en el que, como era de esperar, nuestro pequeño príncipe ha sido el centro de atención.
2010 empezó un poco accidentado, ya que sin haber llegado a cumplir su primer año, Juan cogió un virus en Navidades que no supieron diagnosticar a tiempo y que le hizo perder mucho peso, sin embargo el resto de año compensó la tristeza y la tensión de esos días. Así, consiguió recuperarse a tiempo y estar listo para su ¡¡primer cumpleaños!! Aunque hasta el verano las otitis le llevaron a estar la mayor parte del tiempo con antibiótico y a nosotros entre jarabes, gotas y mocos. Fue tal la concienciación en casa, que llegó a aprender a sonarse y nosotros le animábamos tanto que lo vio siempre como un juego muy divertido.
Mientras convivíamos con las otitis el trabajo continuaba y en marzo tuve la suerte de volver a Vietnam. Si bien esta vez era por trabajo, fue maravilloso volver a estar en un país tan interesante. Nunca pensé ir a Vietnam y la vida me llevó allí por segunda vez, por lo que pude saborear de nuevo el encanto de Hanoi, la majestuosidad de Bahía de Halong… incluso ver Angkor que siempre habíamos dejado Juan y yo para un siguiente viaje (así siempre teníamos una escusa para volver). Ahora nos sigue quedando pendiente organizar ese “siguiente viaje” y poder verlo los dos juntos (bueno… o los tres).
De su cumpleaños al verano, Juan dio un gran cambio. Con 17 meses no sólo distinguía y decía perfectamente “papá” y “mamá” sino que empezó a querer saber el nombre de todo lo que le rodeaba desde sus compañeros de guarde a cualquier objeto que viera. Con una pregunta parecida a “¿e teto?” y con ayuda de su dedo índice te preguntaba el nombre de aquello que quería descubrir. Aunque lo que más le gustaba era decir y ver “motos” y… ¡¡sigue volviéndole loco!! Además, si hay algún sitio donde quería que fueses y aún no le habías entendido te cogía de la mano y te llevaba.
En mayo fui a Sevilla, una vez más por trabajo. Una maravillosa ciudad, que aún no conocía y que me encantó. Si bien fue algo duro trabajar con “Sevillanos” y al ritmo que un sevillano está acostumbrado a trabajar, al final se consiguió lo que queríamos y el viaje salió muy bien.
En Julio nos fuimos a Segovia los tres. El tiempo no era muy bueno pero fue mejorando y aprovechamos de un fin de semana en el campo. Como estábamos en un pueblecito pudimos ver hasta ¡vacas! Y, tanto, tanto le impresionaron a Juan que la “vaca” se convirtió en su animal favorito durante varios meses (hasta que llegase el caballo).
Uno de los primeros días de agosto, justo antes de irnos de vacaciones, hice algo que tenía pendiente desde hacía tiempo. Mi madre me había dado una lámina con la imagen de la Virgen del Pilar. Llevaba mucho tiempo en el garaje y no sabía que hacer con ella. La lámina necesitaba una reparación no menos importante que su marco. Fui a un experto y me dieron un presupuesto altísimo por la restauración y además no aseguraban un buen resultado a largo plazo. Así que pensé que el mejor sitio podría estar el tiempo que le quedase sería una parroquia en la que se venerase la imagen de la Virgen del Pilar y donde, quizás con tiempo, pudieran realizar este trabajo. Finalmente la doné a la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar de Madrid antes de irnos de vacaciones. El párroco que me atendió se mostró muy agradecido. Aun no he vuelto a pasar para ver que ha sido de ella pero estoy segura que está siendo querida y cuidada con el cariño que se merece.
Con el verano, volvimos a disfrutar de la piscina en casa y fue, por segundo año, el éxito del verano. Y es que a Juan ¡le vuelve loco el agua! Teníamos miedo de que no le gustara o la sintiera muy fría y sin embargo, el problema fue que no había quien le sacase. Poco a poco fue aceptando que, tras un tiempo en el agua, cuando sales hace frío y hay que taparse porque aunque estuviera muerto de frío quería seguir en el agua, volver a tirarse y chapotear. Le compramos unos manguitos de Mickey Mouse en agosto de los que no se separó ya que le daban una independencia total.
Las vacaciones este año fueron además de un gran momento para recuperar energía, una necesidad. Los primeros seis meses fueron unos meses tan intensos y de tanto trabajo, que en Julio estábamos agotados. Nos fuimos a la playa a no hacer nada y descansar junto al mar. Estuvimos unos días en Roquetas con mi padre que aprovechamos para bucear, y luego en Sancti Petri para no hacer nada más que hacer turismo en bici e ir a la playa. Era la primera vez que íbamos a Cádiz así que no sabíamos muy bien que era lo que nos íbamos a encontrar y si nos iba a gustar. Pero… nos ha gustado tanto que ¡volveremos!
Tras el verano volvió la rutina: volver a madrugar, la guardería, el trabajo… y Juan descubrió un nuevo animal ¡los caballos! Después de la guardería íbamos a ver caballos a una hípica cercana y allí les veíamos correr, saltar, andar… Había caballos blancos, marrones, negros, grandes, pequeños… Era tan emocionante para Juan que me emocionaba ir día tras día y verle disfrutar, hasta que llegó el frío y tuvimos que dejar de ir. Sin embargo, en casa no faltaba un día que no viéramos en algún momento la película de “Spirit”, la historia de un caballo salvaje.
La vuelta de las vacaciones coincidió otro viaje de trabajo, esta vez a Atenas y Santorini. No había estado nunca en Grecia hasta entonces y la verdad es que me sorprendió muchísimo el país y su gente. La preparación del viaje vaticinaba que iba a ser un viaje precioso y así fue. Vimos lugares preciosos, comimos de maravilla y, a pesar de alguna incidencia de salud que tuvimos con el grupo, el viaje resultó perfecto. Sin embargo, con cada viaje, se me hacía más duro separarme de casa y es que perderme un sólo segundo de Juan se hacía cada día más difícil. Además de ser muy divertido estar con él, es de lo más ¡enriquecedor! Y un constante ejemplo de superación y constancia. Desde los 18 meses empezó a hablar mucho y no había palabra que no intentase repetir, no siempre lo conseguía (porque las “i” se le resistían) pero ya dominaba palabras como “moto”, “Vaca”, “guau, guau”, “gato”, “casco”, “agua”…
Es increíble cómo cambia la vida. Tras casi dos años cuidando de él, me cuesta renunciar a un sólo minuto a su lado (aunque a veces requiera mucha energía) y por lo tanto, todas las actividades que solía hacer han ido cambiando y ahora pasamos las tardes juntos. Muchas veces aprendemos cosas juntos y en otras ocasiones él me enseña a mí a: como no desistir, como disfrutar de cada instante, como sacar fuerzas para jugar aun cuando estas cansado, como estar pendiente de quien quieres aunque no duermas. También me ha hecho ver la fuerza del “ejemplo” dentro de la educación. Un acto, una reacción, una mirada… puede ser más efectiva que el mayor de las explicaciones.
Para aquellos que consideran la comunicación como una necesidad, no puedo más que decir que Juan ha sido un regalo con el que darle rienda suelta. Me permite explicarle todo con detalle porque me escucha con gran interés como si lo entendiese, aunque soy consciente de que no siempre entiende todo y que cuando era pequeñín no entendía casi nada. Pero como no todo son las palabras sino que también cuentan los actos, tengo la total seguridad que siempre ha entendido lo que quería decir, y con el tiempo las palabras van ayudando a entendernos y reírnos mucho más juntos.
Los días pueden resultar agotadores pero, cuando el día ha pasado, Juan duerme plácidamente en su cunita y me acerco a verle, no pudo evitar sonreír y recordar alguna anécdota del día como cuando señala a las motos sin vergüenza a que el motorista se mosquee gritando emocionado ”mooooto, mooooto”, o “teeeen” cada vez que vemos pasar el tren. Es una forma maravillosa de volver a disfrutar de los pequeñiiisimos detalles de la vida y volver a ser conscientes y disfrutar de todo lo que nos rodea. Estos dos últimos años me han permitido aprender, vivir y sentir que no basta con amar a los niños sino que es preciso que ellos se den cuenta que son amados para que sean buenos y felices. Yo fui muy feliz en mi infancia gracias a los padres y el hogar que tenía. Y ese es lo que espero darle a Juan. Espero conseguirlo y aunque no sé si lo lograré, cada noche cuando me acuesto, al menos, tengo la satisfacción de haberlo intentando.
¡Feliz 2011!
Con todo mi cariño
Tatiana
PD: Una madre encantada de serlo.
